Cuando los niños juegan en casa compartimos una gran expansión de objetos, muchos sin significación para nosotros los adultos: bolitas repartidas por el suelo rodando, trocitos de papel, lápices, rueditas…en fin, el desorden, todo por el suelo, todo fuera de lugar.
Este caos nos invita a hacer una pausa y nos ofrece una oportunidad para pensar sobre nuestra actitud frente al juego del niño.
¿Qué sentido imprimirle?
Si compartimos la idea que el niño que está jugando está haciendo la actividad más importante que puede hacer como ser humano entonces podremos:
- Ponernos al servicio del juego que se impone, habilitarnos a jugar, lanzarnos a la aventura de disfrutar de lo novedoso.
- No interrumpir, intervenir lo mínimo, enlazando con la escucha y dejándonos llevar a cualquier lugar sin buscar los porqués y los paraqués. Estar disponibles.
- Favorecer un entorno adecuado; observar, estar atentos a las demandas. Facilitar a los niños materiales de la vida cotidiana, abiertos, no estructurados, que habiliten el juego libre. No imponer, ser más auténticos. Dar lugar a la espontaneidad.
- Acordar el momento y el modo de la recogida de objetos; nos ofrece la oportunidad de escuchar al niño en su punto de vista y expectativas.
Así iremos otorgándole un sentido a cómo cada objeto va configurándose en una escena singular, en un espacio determinado. Porque en el propio caos el niño encuentra su límite, llena el vacío, le da rumbo a la deriva.
Cuando el propio orden de la escena se antepone al nuestro es hora de redescubrir el juego y abrir la puerta para entrar a jugar.